lunes, 26 de septiembre de 2011


César Díaz motivó a Damián 
Barcelona Sporting Club


Padre del kitu estuvo en el Monumental observando la tarde de gloria de su hijo.Como
 deporte, como fenómeno social masivo, nadie puede dudar de lo que representa el
 fútbol. Desde las angustias hasta las alegrías, pasando por las tristezas, rabias, júbilo
 y felicidad, pero hay un aspecto que siempre está ligado a este hermoso juego: las motivaciones.



He querido hacer un artículo y utilicé esa palabra, porque el día de ayer observé algo que
hace mucho no veía: que un jugador este, literalmente, cojeando cerca de 60 minutos y
aún así logre terminar un partido. Los análisis y conceptos pueden ser muchos, algunos
 le dirán irresponsable por seguir así y poder agravar su lesión, otros dirán que podía
 afectar el colectivo, otros aplaudirán su valentía por no salir y no abandonar a sus
 compañeros. Todos son conceptos valederos pero hay algo real e ineludible: a ese
 jugador las motivaciones por quedarse le podían más que todo. Más que cualquier
análisis racional (que hubieran determinado su cambio) y más allá de cualquier consejo
 que alguien de seguro le dio en el medio tiempo. El golpe o molestia fue notorio, el tras
 correr cerca de 20 metros y previo a ceder un pase, tuvo una fricción con Godoy y
automáticamente sintió dolor, me quedé observándolo los últimos 15 minutos de la primera etapa y continuamente hacía movimientos a ver si el dolor desaparecía y no caminaba
 normalmente, aún así seguía pidiendo el balón y mostrándose como una referencia
en el medio para ser el encargado de llevar cargas ofensivas sobre el arco de Dreer.
¿Riesgos? Si, vaya que corrió muchos riesgos al forzar de esa manera.



En el medio tiempo conversábamos con amigos en el estadio y nos preguntábamos
sobre si saldría o no del campo Díaz. Coincidían todos de la “Diaz-dependencia” de
 BSC a la hora de generar buenas cargas ofensivas y por aquello muchos concluimos
que posiblemente se arriesgaría a quedarse, otros pensaron que se lo trataría
 médicamente en el descanso y que volvería en mejor forma. Escuché en esos instantes:
 el padre de Damián Díaz vino desde Argentina y está en el estadio. Fue cuestión de oír
eso y medité internamente: “se va a quedar, las ganas de mostrarse frente al padre acá
es un extra motivacional grande”. Ojo, con esto no quiero decir que posiblemente si el
padre no estaba no se hubiera quedado (nunca lo sabremos) o que sólo ese tema lo
motivó a no salir, pero si estoy convencido que la presencia de el lo conmovía. Y el fútbol
 es como la vida, tiene mucho de corazón, y ante eso la razón ya no puede hacer nada.
La lógica era que salga, lo espiritual marcaba otro destino.



Regresan del medio tiempo y se lo observa al jugador nuevamente con la molestia
muscular, jugando, intentando, pidiendo el esférico. Siempre daba la impresión que
 ya podía salir el del campo de juego, pero aún en ese estado su rendimiento no fue
malo, es más, mostró su claridad habitual en varios pases y siempre con el afán de
explotar a los punteros. Da la impresión que Díaz sabe de su importancia en este
colectivo para Zubeldía y que abandonar el barco en pleno partido puede llevar al
hundimiento del mismo.



No sabremos que le pasará a Barcelona el día que por alguna circunstancia no se
 encuentre el argentino en la cancha pero no preveo un horizonte tan claro ese día.
Díaz ha potencializado el rendimiento de todos en la media y lo que el otorga nadie
 más lo puede dar en esa plantilla. Tampoco se puede decir que el juega sólo,
Caicedo muestra un rol de mucha presencia y labor destacada, Duscher con su
oficio y ubicación casi siempre garantiza una salida óptima del balón desde atrás, a
 Oyola ya todos lo conocemos y su polifuncionalidad es admirable y su despliegue
 igual. Pero lo que brinda el 10 amarillo es distinto, es el toque de lo imprevisto, es
 esa jugada impensada que nadie pronostica, y una gambeta muy interesante y de
difícil marca para quien va tras él.



Minuto 89, partido 1x1, cerca de 45 mil personas en las gradas, partido cerrado ya
que el rival se le mete atrás a Barcelona, y en una correcta jugada de Matamoros
encuentra un penal BSC. Y lo que se viene suena a película de Hollywood: agarra
el balón el lesionado Díaz, su padre presente en el estadio, la afición que se comía
 las uñas, al frente un gran guardameta como Dreer. Ya era mucha película esto.
Pero faltaba algo más, inesperado para todos. Uno pensaría: “esta golpeado, de
seguro asegurará cobrando a una esquina”. Pero no, va Díaz y la pica sutilmente,
deja acostado a Dreer en el otro palo y el balón ingresa despacio a las redes.
Estalló el Monumental, muchos decían “está loco” y festejaban, ganan los toreros
por 2x1. Mejor final imposible para este jugador a quien le pasaron una suma de
cosas y de decisiones por tomar, todas en 90 minutos de fútbol.



El fútbol, la familia, la vida, la garra, la convicción, el corazón, el amor propio.
 Todo puesto en escena. Los dejo amigos con la clásica frase de cierre del editorial,
esta estrofa corresponde a Valdano, y creo que encaja con lo que es el juego de
Damián Díaz: “Cuando un jugador tiene la pelota en los pies encara a un adversario,
 debe elegir, a toda velocidad, entre una tormenta de ideas. La elección, la decisión
 y la acción son casi simultáneas pero esconden muchos proyectos frustrados por la
dinámica caótica de la jugada: el movimiento del contrario, de los compañeros, de la
pelota, de las ideas. Hay dos elementos importantísimos: la confianza y la libertad”.

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